“La verdadera generosidad
hacia el futuro radica en dárselo todo al presente” (Albert Camus).
Euskadi tiene un
PIB per cápita por encima de Gran Bretaña o Francia y muy
similar a Alemania. ¿Son los vascos más listos que el resto de los
españoles?
La vida de una persona,
empresa o país depende de 2 cosas: de lo que sabe hoy y de lo que aprenda
mañana. El binomio conocimiento-aprendizaje es inseparable.
El
presente es el reino del conocimiento, de lo que eres capaz de hacer
ahora y eso es un acto inmediato: o lo tienes o no lo tienes, o sabes andar
en bici o no sabes. Una empresa solo sobrevive si tiene conocimiento, no
le basta con las personas (todas las empresas que han desaparecido tenían
personas). Y una empresa muere cuando su conocimiento queda
desactualizado: lo que hace y cómo lo hace ya no sirve por muy puntero
que fuese en su momento. En el futuro, sin embargo, domina el
aprendizaje, lo que todavía no sabes hacer. Es el mundo de la curiosidad.
Aprender es un proceso que requiere tiempo, energía y recursos. El
presente muere y se renueva continuamente. Lo que sucedió hace 1 minuto
ya es pasado y no lo puedes cambiar, solo puedes aprender de ello para el
futuro. Eso sí, el presente
existe gracias al pasado: lo que puedes hacer ahora es porque lo
aprendiste anteriormente.
El principal desajuste que
se está produciendo en los últimos tiempos consiste en que la gran
mayoría de las personas viven más en el futuro que en el presente,
tratando de atraparlo para traerlo al momento actual. Aunque no podemos
dejar de vivir en un presente que siempre es efímero, tenemos todos los
sentidos colocados en un futuro más o menos inmediato, en la próxima
tarea, proyecto, desafío… Esta dicotomía produce un desequilibrio cuyos
efectos llevamos tiempo padeciendo y que siguen intensificándose:
personas agobiadas porque no dan abasto con todo lo que deben hacer,
sensación de estar siempre desbordado, permanentemente corriendo, sin
tiempo para nada, persiguiendo ansiosas la siguiente obligación que se
escurre entre los dedos. La fiebre de mindfulness o el auge de la
meditación, aparte de su cuota de moda, son tímidos intentos de respuesta
a esa dificultad de vivir en el ahora, de mantener una atención plena en
el presente.
Sin embargo, no podemos
escapar del presente. La semana pasada tenía que impartir 2 conferencias
y contraje una infección urinaria. Como la sufrí hace casi 25 años en
Barcelona, recordaba bien lo dolorosa que resulta. Lo positivo de estar
enfermo es que no tienes otra alternativa que vivir en la inmediatez.
Dado que el conocimiento habita en el presente, si lo tienes, eres capaz
de tomar las decisiones que cada situación requiere pero si no lo tienes,
estás obligado a comprarlo. La única alternativa para resolver un problema
de salud es el conocimiento. Como yo no me puedo curar a mí mismo ya que
carezco de conocimiento, se lo tengo que comprar al médico y después al
laboratorio farmacéutico en forma de antibiótico (píldora con
conocimiento de qué sustancias químicas específicas, en qué cantidad y
durante cuánto tiempo necesita ingerir tu cuerpo para sanar). Lo que me
salvó fue el conocimiento. Esa misma semana tenía que viajar de Chile a
España así que le compré conocimiento a una línea aérea para que el
piloto nos transportase durante 13 horas sanos y salvos al destino.
También necesitaba asesoría tributaria así que se la compré a un despacho
de abogados. Cuando vas a un restaurante, lo que compras no es comida
sino el conocimiento del cocinero y su equipo para transformar una serie
de ingredientes en un plato sabroso. Y así sucesivamente, cada vez que
necesitas algo y no sabes, no puedes o no quieres hacerlo, compras o
alquilas conocimiento. La falta de conocimiento provoca parálisis y
cuando esa carestía resulta amenazante, desata la psicosis. Lo que está
ocurriendo con el coronavirus de
Wuhan es el resultado de carecer de conocimiento (vacuna)
para resolver el problema.
¿Bastará un presente exitoso
para afrontar el futuro? Desde hace más de 1 año, trabajo 2 semanas al
mes desde San Sebastián. La Comunidad Autónoma del País Vasco (Euskadi)
tiene poco más de 2 millones de habitantes y un PIB per cápita por encima
de Bélgica, Finlandia, Gran Bretaña o Francia y muy
similar a Alemania. ¿Son los vascos más listos que el resto de los
españoles? Evidentemente no ¿Cómo se entiende semejante nivel de
desarrollo? Simplificándolo, la clave se explica en la ética de trabajo.
Para los vascos, el trabajo es sagrado, muchas veces se coloca por encima
incluso de la familia (una frase típica es “lo primero es la
obligación”). Los vascos son, en general, rigurosos, confiables (la
palabra todavía mantiene su valor), predecibles y bastante solidarios.
Los estándares de bienestar de que disfrutan no han sido un regalo ni una
casualidad, se los han ganado a pulso durante generaciones que trabajaron
con ahínco ¿Podrán confiar en que gracias a lo que han conseguido el
porvenir está asegurado? La historia nos enseña que lo que nos trajo
hasta el lugar privilegiado en el que estamos ya no será suficiente para
la siguiente etapa que se avecina. Euskadi tiene un gravísimo problema
demográfico de envejecimiento de su población y baja natalidad. La fuerza
bruta (”echarle más cojones”) no
es una opción en el mundo globalizado cuando tienes menos habitantes que
un barrio de Ciudad de México y cuando tus empresas tiene un tamaño
promedio de 6 trabajadores. Además su tejido empresarial lo forman
organizaciones industriales rígidas, muy poco orientadas a la gestión
de intangibles. La ética de trabajo ya no basta para la magnitud de
los cambios que están ocurriendo. Como afirma Mark Lee, "La
ambición sin conocimiento es como un bote en tierra firme". El
futuro exige ser más inteligentes que los demás, es decir, el secreto
está la habilidad de aprender y generar nuevo conocimiento ¿Qué tiene que
aprender Euskadi? Por ejemplo, los vascos tienen graves déficits de
comunicación/comercialización de lo que hacen. Son buenos para trabajar
pero no tan buenos para dar a conocer y difundir lo que hacen. Son
excesivamente reservados, culturalmente les cuesta mucho sobresalir. En
general han sido poco innovadores y arriesgados (con históricas
excepciones) y excesivamente obedientes. Por tanto, necesitan aprender a
desarrollar habilidades relacionales y creativas que les permitan
potenciar las fortalezas que ya atesoran. Si no pueden destacar por la
fuerza o el número, necesitan aprender a ser distintos, más agiles que el
resto y por encima de todo, desarrollar la capacidad de colaborar. Dado
que ninguna Pyme
tiene todo el conocimiento, resulta crítico articular con inteligencia tu
red de colaboradores, proveedores, contratistas y clientes porque
dependes de ellos. Interesante desafío para el sector educativo vasco… Un
ejemplo de que es posible lo tenemos en el fenómeno del sector gastronómico.
Hace 50 años, Euskadi
no era nadie en el mundo de la alta cocina y hoy tiene una
concentración récord de estrellas Michelin que contribuye con un 10,56%
al PIB de la región. ¿Nacen los vascos con un gen especial para cocinar?
De nuevo se demuestra que todo se puede aprender, que es factible generar
conocimiento y que la capacidad de trabajo hace el resto. Lo fundamental es jamás perder la curiosidad ni el
asombro.
Es evidente que quedarse
quieto no es una opción razonable porque el resto del mundo sigue
avanzando. El conocimiento se deteriora y va mermando con el tiempo. La
principal característica de nuestra era es que la velocidad del cambio
hace que el conocimiento caduque cada vez más rápido. Lo que hoy te sirve
y te permite operar, mañana puede ya no ser útil. Esa transformación
vertiginosa es la que hace todavía más importante la necesidad de
aprender. Solo puedes adaptarte al cambio si perfeccionas tu capacidad de
aprender, algo que las personas hacemos bastante bien pero que para las organizaciones
resulta un tormento. Si no quiero encontrarme de bruces con el futuro
y que me pille desprevenido, tengo que incorporar el aprendizaje en el
presente. Por tanto, es cuando te va bien cuando debes tomar estas
decisiones porque está mutando el concepto
tradicional de aprendizaje. Pero esa endiablada velocidad trae
consigo un peligro añadido que en mi opinión es el principal riesgo:
cuando corres, no tienes
posibilidad de pensar. El principal déficit que existe en las
organizaciones y en la sociedad actual es la escasa capacidad de reflexión.
Cuando tienes mucha prisa por llegar al siguiente lugar, cualquier parada
te resulta un estorbo, un retraso. Cuando caminas, siempre tienes
opciones de fijarte en el entono, de observar la realidad. Cuando vas en
bicicleta también puedes notar lo que te rodea pero empiezas a perderte
detalles. Cuando vas en coche, el paisaje se difumina y ya no es tan
nítido, cuando vas en tren de alta velocidad se va convirtiendo en una
mancha borrosa y cuando vas en avión, ni siquiera lo ves. Si no cuentas
con espacios para observar y reflexionar, no puedes hacer consciente el
aprendizaje y una persona, una empresa o un país no pueden progresar
simplemente avanzando hacia el futuro sin ser conscientes del presente y
de su conocimiento. El futuro no importará si no eres capaz de superar el
presente. Y diseñar el futuro implica explicitar el conocimiento que
vamos a necesitar y los mecanismos que adoptaremos para crearlo. Lo que
vemos a diario son organizaciones que viven volcadas hacia el futuro pero
sin ser conscientes del conocimiento que van a requerir para el viaje que
quieren emprender. Anhelan vivir en el futuro sin el conocimiento que
necesitan. Van a enfrentar enfermedades para las que no tienen fármacos.
Sigo atentamente la iniciativa de la Singularity University
y el fenómeno de las organizaciones
exponenciales y me preocupa su obsesión
por la velocidad. Creo que hay que desacelerar en lugar de acelerar,
hay que dejar espacio para pensar y no solo hacer. Crecer no es el único
camino, el planeta y nuestro propio organismo nos lo recuerdan
permanentemente. La reflexión es la digestión de la mente. La prisa es enemiga
del aprendizaje. Hacer, sin un análisis inteligente de ese hacer es muy
poco eficiente. Todos los diagnósticos que hemos hecho de la cultura de
aprendizaje y gestión del conocimiento de organizaciones públicas y
privadas arrojan sistemáticamente el mismo resultado: dentro de sus
procesos de trabajo, NO cuentan con espacios diseñados para la REFLEXION.
“Pensar es perder el tiempo”. Y me refiero, en primer lugar, a la
reflexión individual y a continuación a la reflexión grupal para la
puesta en común, el análisis colectivo, la revisión de distintas
opiniones y experiencias, etc. No basta con individuos reflexivos,
necesitamos un NOSOTROS reflexivo. Un proceso de reflexión está guiado
por preguntas, algo que nuestro sistema educativo jamás se preocupó
de que aprendiésemos. Si no piensas, no te puedes dar cuenta de lo que
haces bien (para repetirlo) o mal (para corregirlo). Si no reflexiono, no
puedo planificar y anticipar el conocimiento que voy a necesitar ni tomar
decisiones para aprenderlo. Cuando el aprendizaje no se hace consciente,
no es posible gestionarlo. Solo estoy dispuesto a aprender algo cuando
soy consciente de que no lo sé y necesito saberlo. Solo la práctica
reflexiva transforma el aprendizaje en conocimiento reutilizable. De esa
forma reforzamos el carácter reflexivo de la persona versus el carácter
ejecutivo de la máquina. Liberamos al ser humano de la ejecución
rutinaria y le damos la oportunidad de que piense ANTES de hacer
(diseñar, crear, imaginar, inventar), que piense MIENTRAS está haciendo
para corregir y mejorar y que piense DESPUES, al finalizar la tarea para
destilar qué hemos aprendido individual y grupalmente.
No solo nos pagan por hacer,
también por aprender y desde luego por enseñar lo que sabemos a otros. La
excusa de no
tener tiempo es la que esgrimen los cobardes que se resisten a
enfrentar los cambios que se requieren. Y por favor, basta ya de esgrimir
la falacia pueril de que nuestra organización
no tiene suficiente talento. Mentira. Hay talento
de sobra, lo que le falta a ese talento es conocimiento porque
durante años le hemos enseñado cosas absurdas en el colegio y la
universidad. Dale a ese talento verdaderas oportunidades de aprender
cosas útiles, y verás donde te lleva. Cada vez más empresas contratan
a los que más rápido aprenden y no a los que más saben. Las personas
dependemos de lo que aprendemos. Si crees que para el futuro te basta con
lo que sabes hoy, estás muerto.
Es imperativo hacer un
elogio de la lentitud, recordar el viejo refrán “Vísteme despacio que
tengo prisa” y la ranchera mexicana “No hay que
llegar primero, pero que hay que saber llegar”. Llegó la hora de
reivindicar que reflexionar también es hacer, un hacer inteligente para
anticipar sorpresas, evitar repetir errores y reinventar ruedas.
El 30 de marzo en Ciudad de México, 1 de abril en Bogotá y 3 de
abril en Santiago de Chile, impartiremos la conferencia “Organizaciones Inteligentes” en el marco del Annual HR Conference organizado por Seminarium.
|